El Papa Francisco continuó este miércoles con la catequesis sobre la vejez que ha venido desarrollando en la Audiencia General de cada semana, centrándose hoy en la figura de Eleazar, un noble anciano a quien se le propuso ganar unos días más de vida si traicionaba los preceptos de Dios, pero rechazó esa posibilidad con firmeza y valentía. Eleazar decidió morir antes que renegar de la fe, dando así ejemplo de fidelidad y de coherencia a las futuras generaciones. Para el Santo Padre, este testimonio enseña algo a tener muy en cuenta en el mundo de hoy: debemos ser coherentes con la propia fe, es decir, obrar siempre de acuerdo a lo que creemos, hasta el final de nuestros días.
La intención de separar la vida y la fe podemos encontrarla también hoy, de diferentes maneras, incluso con propuestas que parecen mejores y más atractivas espiritualmente, pero que, en definitiva, no lo son y representan lo que el Papa denominó como “la tentación gnóstica”. Por ejemplo, dijo, la práctica de la fe se presenta muchas veces de forma negativa, se ridiculiza o se margina, o bien se considera una cosa de “viejos”, vale decir, como algo inútil e incluso nocivo para la propia existencia. Frente a esto, Francisco enfatizó que los cristianos estamos llamados a testimoniar que la fe no es algo reservado a una etapa de la vida, sino una bendición para todos, un don que siempre merece ser respetado y honrado.
“La historia bíblica —hemos escuchado un pequeño pasaje, pero es bonito leerlo todo— narra el episodio de los judíos obligados por un decreto del rey a comer carnes sacrificadas a los ídolos. Cuando es el turno de Eleazar, que era un anciano de noventa años muy estimado por todos y con autoridad, los oficiales del rey le aconsejan que haga una simulación, es decir que finja comer la carne sin hacerlo realmente. Hipocresía religiosa, hay tanta hipocresía religiosa, hipocresía clerical. Estos le dicen: “Pero haz un poco el hipócrita, nadie se dará cuenta”. Así Eleazar se habría salvado, y —decían aquellos— en nombre de la amistad habría aceptado su gesto de compasión y de afecto. Después de todo —insistían— se trataba de un gesto mínimo, fingir comer pero no comer, un gesto insignificante”, explicó el Pontífice.
Francisco detalló que la respuesta de Eleazar representa la dignidad de alguien que ha vivido en la coherencia de la propia fe durante toda la vida y no acepta deshonrarla para “ganar unos cuantos días”, sino que piensa en el ejemplo que dejará a las generaciones futuras. Por ende, simular algo que va contra la fe no es un gesto insignificante para quien la vive a plenitud, por cuanto “tal comportamiento no honra la fe, ni siquiera frente a Dios. Y el efecto de esta banalización exterior será devastador para la interioridad de los jóvenes. ¡La coherencia de este hombre que piensa en los jóvenes, piensa en la herencia futura, piensa en su pueblo!”.
Por eso el gesto de Eleazar es importante: “Un anciano que, a causa de su vulnerabilidad, aceptara considerar irrelevante la práctica de la fe, haría creer a los jóvenes que la fe no tiene ninguna relación real con la vida. Les parecería, desde su inicio, como un conjunto de comportamientos que, si es necesario, pueden ser simulados o disimulados, porque ninguno de ellos es tan importante para la vida”.
A partir de ello, el Papa explicó que la antigua gnosis heterodoxa fue una insidia muy poderosa y muy seductora para el cristianismo de los primeros siglos, cuando sostenía que la fe es una espiritualidad, no una práctica; una fuerza de la mente, no una forma de vida. “La fidelidad y el honor de la fe, según esta herejía, no tienen nada que ver con los comportamientos de la vida, las instituciones de la comunidad, los símbolos del cuerpo. La seducción de esta perspectiva es fuerte, porque interpreta, a su manera, una verdad indiscutible: que la fe nunca se puede reducir a un conjunto de normas alimenticias o de prácticas sociales”, precisó el Santo Padre.
Así, el gran riesgo que enfrenta hoy la fe cristiana es que esta forma de pensar anula su realismo porque, dijo el Santo Padre, “la fe cristiana es realista, la fe cristiana no es solamente decir el Credo, sino que es pensar el Credo, es sentir el Credo, es hacer el Credo”. La propuesta gnóstica se convierte en un “fingir”, donde lo importante es que tener espiritualidad en el interior y después hacer lo que se quiera. “Y esto no es cristiano. Es la primera herejía de los gnósticos, que está muy de moda aquí, en este momento, en tantos centros de espiritualidad, etc. Y vacía el testimonio de esta gente, que muestra los signos concretos de Dios en la vida de la comunidad y resiste a las perversiones de la mente a través de los gestos del cuerpo”, señaló el Pontífice.
Francisco luego abordó cómo en nuestra sociedad y en nuestra cultura la práctica de la fe enfrenta una representación negativa. “La práctica de la fe para estos gnósticos que ya estaban en la época de Jesús, es considerada como una exterioridad inútil e incluso nociva, como un residuo anticuado, como una superstición enmascarada. En resumen, una cosa para los viejos”, expresó. Si bien reconoció que el peligro de convertir la práctica de la fe en una exterioridad sin alma existe, son los mayores los que deben ayudar a los jóvenes a devolver a la fe su honor, vale decir, “hacerla coherente que es el testimonio de Eleazar, la coherencia hasta el final. La práctica de la fe no es el símbolo de nuestra debilidad, sino más bien el signo de su fuerza. Ya no somos niños. ¡No bromeamos cuando nos pusimos en el camino del Señor!”.
“La fe merece respeto y honor hasta el final: nos ha cambiado la vida, nos ha purificado la mente, nos ha enseñado la adoración de Dios y el amor del prójimo. ¡Es una bendición para todos! Pero toda la fe, no una parte. No cambiaremos la fe por unos cuantos días tranquilos, sino que haremos como Eleazar, coherente hasta el final, hasta el martirio. Demostraremos, con mucha humildad y firmeza, precisamente en nuestra vejez, que creer no es algo “de viejos”, sino que es algo de vida. Creer en el Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas, y Él con gusto nos ayudará”, concluyó Francisco.