José María Arnaiz, sacerdote marianista y Antropólogo.
Beato, Eduardo F. Pironio. Ayúdanos en la Iglesia y en el mundo de hoy a ser lo que tú fuiste y lo que tú eres ahora con abundancia; concédenos tu espíritu de alegría a los que tanto lo necesitamos; contágianos generosamente con tu mucha gracia la esperanza a los que mucho la admiramos en ti. Amén. (Beatificación, 16 diciembre, Basílica de Luján).
El cardenal Pironio aprendió a caminar, caminó, enseñó y enseña, sobre todo, a transitar por la vía de la esperanza. Es para muchos cristianos, religiosos, sacerdotes y, ―para el papa Francisco―, el cardenal de la Esperanza.
La esperanza para él es la energía que hace falta para lograr los cambios urgentes que necesitamos, en este momento histórico de nuestras comunidades, la Iglesia y nuestros países. Como también un compromiso cristiano, eclesial, moral, social y político. Una integración muy personal de todas las virtudes teologales: fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. En efecto, fue el hilo conductor de su pensar y proceder. La que supo complementar muy bien con la alegría: “Alegres en la esperanza” (Rom 12, 12).
Pironio, en su reflexión y proceder, siempre tuvo un liderazgo muy marcado y una fidelidad muy creativa, por la animación multiplicadora y no por un mandar o penar obligado. Buscaba, en todo momento, una transformación eclesial y comunitaria. A Roma llevó y en Roma deja ese nuevo estilo: Yo no estoy aquí para ser bombero, sino para ser arquitecto; yo no vengo aquí a apagar incendios o resolver problemas, sino animar”. Es decir, para él era muy importante pasar del mandar al animar, ya que es decisivo en un mundo desesperanzado como el nuestro.
Asimismo, juntó lo mejor de un gran teólogo: Reflexión de buen maestro con la pastoral; y lo hizo muy bien; de tal forma que así completamos las dimensiones diversas que se enriquecen mutuamente. Por eso, Ernesto Fiocchetto lo definió: “Un hombre fiel a su hora histórica”. No fue explícitamente catedrático, ni redujo su proceder al actuar en el mundo universitario; cada vez que asumía más responsabilidades pastorales, disminuían sus posibilidades de formación personal y teológica.
Sin duda, que, el cardenal Pironio es uno de los grandes teólogos de la teología de la liberación a través de su praxis pastoral y espiritual de la Iglesia. El Pironio “montonero”, ―escrito en las paredes de la catedral de Mar del Plata―, acepta y adopta el lenguaje liberador. Insiste en sus fundamentos bíblicos y de espiritualidad sin entrar en la necesidad de reflexionar en los aspectos políticos. (Juan Carlos Scannone).
Además, asume y propone buenas actividades, perspectivas y procederes propios de un cardenal de la esperanza:
Sin embargo, la cruz fue como la melodía de fondo de su vida; supo cantarla con una tonada de sonodalidad pascual; le escucharon muchos de los integrantes de la Iglesia del Postconcilio que hoy siguen buscando en él inspiración y protección; la suya fue una esperanza muy unida a la alegría y al Magníficat, corazón de su testamento y a los jóvenes. En este sentido, puedo compartir, por supuesto, que le ha interesado mucho este aspecto al papa Francisco.
Recuerdo que fue, en el año 1991, que compartimos estas ideas, estando en Roma, en una jornada inolvidable. En ella, y, con la ayuda de la Teología de la liberación, llegamos a una definición buena de la acción liberadora de la Iglesia y la identificamos con la acción esperanzadora: “POR su acción liberadora, la Iglesia nos libera DE toda la acción opresiva y opresora de la humanidad. CON la acción de la gracia en la Iglesia se hace posible la comunión COMO maestra y madre de la comunidad y de la vida comunitaria”.
Así, Pironio prolongó, a lo largo de sus años, la riqueza de su vida. Fue el típico caso del hombre justo en el tiempo justo. Don providencial de Dios a su Iglesia, a su país y al Continente. Un gran regalo, como dijera en su oportunidad el cardenal, José Mario Bergoglio (5 de febrero, 2002). Porque, su sello característico era el transmitir siempre una fuerte sensación de alegría, que fluía con naturalidad de su fe y contagiaba esperanza. Su compañía y calidez de su persona era como estar acompañados por un hombre experto en humanidad, ya que en él no había “doblez ni engaño”. Amigo de Dios y de los hombres, apasionado y apasionador de la esperanza. Pironio estaba modelado en el Evangelio. Se fue cuando habíamos aprendido a quererlo mucho y lo necesitábamos cerca; pero cerca está y sigue viviendo: Santidad, me estoy yendo al cielo. Desde el Cielo continuaré ayudándolo en el servicio de la Iglesia… Seguiré rezando por ella… y le renuevo mi fidelidad” (Palabras al papa, Juan Pablo II, 3 febrero, 1987).