Un hermoso día de primavera, el sonido de los pájaros es como una invitación a disfrutar hacia el atardecer. Eran los pensamientos de Bruno cuando iba a la cocina para tomar el desayuno, aunque él prefería el invierno con la lluvia y la cocina a leña encendida con un té o una hierba sacada de su pequeño jardín. Todo era como una bendición.
-Bruno: Buen día mi amor, ¿y mamá?
-Delfina: Buen día mi amor, no sé nada de ella, espero que esté bien
-Bruno: ¿hay algún problema?
-Delfina: No. Tú sabes que no, pero hay algo que me incomoda. La mirada de queja constante, por una y otra cosa, sobre todo por los achaques de salud. Parece que siempre algo le duele.
-Bruno: Mi amor, comprendo ¿es un problema que esté aquí con nosotros unos días?
-Delfina: Para nada, ―cocina rico―, hace unos queques únicos. Salimos cuando se siente bien, pero me gustaría poder decirle cosas de su salud que merecen ser evaluadas. Me callo para no romper nuestra relación y que no piense que no la queremos.
-Bruno: Gracias mi amor hoy daré un paseo por el molino de Don Alfredo.
A Bruno le gustaban los desayunos con huevos, esos de yema roja. Estaba en eso cuando entró su mamá, una mujer de estatura erguida, de tez blanca, ojos claros, pelo canoso bien cuidado, un vestido hermoso, un pañuelo al cuello y su toque de feminidad. La señora Isidora, viuda hace unos veinte años, visitaba a sus hijos en forma reiterada.
-Isidora: Hola Brunito, tú y tus huevos, te van a hacer mal, ¿no has visto los matinales?
-Bruno: Hola mamá, tengo todo listo en la canasta, me gustaría que me acompañes a dar un paseo.
-Isidora: ¡A esta hora!! tan temprano! no dormí bien. Me duele todo el cuerpo. No te olvides que me tengo que tomar mis pastillas cada cuatro horas.
-Bruno: Mamá tantas pastillas, ¿para qué son?
-Isidora: una para la masa muscular, hipotermia accidental dice el médico, otras para el asma, otras para dormir. De vez en cuando para la digestión y cuando me siento mal. Mi vecina me da una para la presión, también me dió una para la memoria, sin contar las que tomo cuando no tengo hambre, para el apetito.
Bruno sin decir nada se encuentra con la mirada de su esposa. Sale de la cocina y vuelve con un abrigo suave y un sombrero. Con una mano, toma del brazo a su mamá, con la otra, el canasto. La mamá de Bruno tenía ganas de reclamar, pero confiaba en su hijo. Se despidió de Delfina y juntos caminaron hacia su destino.
La caminata no fue larga, Bruno recordaba cuando su mamá lo llevaba de paseo. Ahora él la llevaba sin apuro.
Llegaron al molino de don Alfredo. Acomodó una mesita con dos sillas y, junto al molino, sacó el mantel y las cosas que traía en la canasta. La Señora Isidora estaba contenta por el lugar escogido, pero más por estar con su hijo, hablaron de varias cosas.
Bruno: Mamá, ¿qué te parece el lugar?
Isidora: Lindo, me siento en paz, me gusta el molino. Me acuerdo de que vinimos varias veces con tu papá. Mira y sigue funcionando.
Bruno: Así es mamá. Escuchas como cruje el eje. La madera ha tenido que ser cambiada en varias ocasiones, por el tiempo y su trabajo en contacto con el agua.
Isidora: El ruido del eje es música para mí, parece tonto… ¿será por los recuerdos?
Bruno: Este molino aparte del recuerdo, es de gran valor, por todo lo que aportó, dio mucha vida, en los riegos de frutas, hortalizas, árboles frutales, agua para aves peregrinas, etcétera.
Isidora: Cierto, hijo, no me había detenido en eso, pero lo encuentro algo desgatado. Le hace falta una reparación.
Bruno: Este molino por años es de don Alfredo, creo que nació con el molino. El desgaste es normal, por el tiempo tiene cosas que se podrían reparar y creo que otras no. Si es así Cristian, su hijo, si lo cree conveniente, lo hará; tal vez le sea más conveniente hacer otro molino, ¿o se dedicará a otras cosas? Mamá, tú sabes que los hijos tienen una mirada de la vida distinta a la de los padres.
Mamá: Tienes razón. Este es el molino de don Alfredo. Si hacen otro molino, este será del joven Cristian, sino quedará como recuerdo de buenos tiempos.
Bruno: Para evaluar el molino debe venir un experto. Él dirá cual es la pintura, madera, todo lo importante para su funcionamiento. Uno solo podría dar soluciones de parche.
La mamá de Bruno se quedó pensativa, parece que su hijo la trajo aquí por algo. Era una mujer, que podía ver los acontecimientos de la vida sin dificultad. El molino, pensó, su deterioro y mi parte fisiológica. Mi mirada sin agua de vida, cómo cruje el molino, es como mi ruido de queja, el molino dio vida, eso me gusta, pensó, –al igual que yo-.
Isidora tomó el té en silencio, Bruno no interrumpió, pues él sabía que el aprendizaje está también en el silencio. Isidora se para, extiende los brazos a su hijo amado, él se levanta, la abraza, ella con los ojos empañados, él con una sonrisa de amor y el molino girando, dando vida.
Bruno tomó del brazo a su mamá. Tuvieron una profunda conversación de calidad de vida y el molino como testigo.
Bruno dejó a su mamá con su esposa, le habían encargado harina tostada para una receta familiar. Su mamá y su esposa conversaban alegremente. Su mamá le contó a Delfina que antes de venirse del molino, Bruno tomó un pequeño tiesto, sacó agua del molino y me mojó. Yo gritaba, después se rieron: “No se te le quita lo pelusa”, le dijo. Desde la puerta Bruno le dijo, sin dejar de reírse mamá, “lo hice para que no te olvides que hoy el molino te dio agua de vida, mirada florecida”. Delfina le dijo a su suegra, “por eso amo a su hijo, no se le quita lo travieso, a veces es hasta inoportuno, solo a veces”.
Juan Alejandro Castro Guerrero, Psicólogo, Universidad las Américas sede Viña del Mar, Coordinador departamento socioemocional, colegio Jean Paget.