Les propongo acercarnos a la Resurrección de Jesús como un camino de iluminación interior.
Iluminación de la propia historia personal. Desde siempre el tiempo pascual se ha vivido a la luz del Cirio encendido en la Vigilia de resurrección. A su luz los cristianos vivimos el discernimiento espiritual, es decir, ver y entender desde Dios nuestro pasado, presente y futuro. A mayor oscuridad, más difícil es el discernimiento. La oscuridad, fruto del pecado, nos encierra en nuestros temores y dudas, nos impide descubrir la mano del Señor, su providencia y fidelidad. Por ello uno de los signos del bautismo es recibir la luz de Cristo y caminar junto a Él como su amigo y discípulo.
Nuestra vida está entrecruzada de luz y sombra, fidelidad y debilidad. Ver esto puede traernos desánimo o esperanza, tristeza o deseos de conversión. Dejemos que la luz de Cristo entre a lo más profundo de nuestro ser, sane toda herida del pasado y del presente y todo temor hacia el futuro.
¿Cómo lograr esta iluminación interior? Lo primero es reconocer nuestras zonas oscuras, nuestra ceguera y nuestro acostumbramiento a vivir en un permanente claroscuro que ya no nos incomoda ni cuestiona. ¡Señor, haz que vea! (Lc 18, 41), es la oración del ciego al encontrarse con Cristo. Jesús nos vuelve a decir hoy “¿qué deseas que haga por ti?” Dediquemos en esta pascua un tiempo a ver dónde necesito más la luz de Cristo resucitado y cómo facilitarle al Señor que alumbre nuestro caminar.
A la luz de la Palabra. Siempre será la Palabra de Dios luz en el sendero. En casa pasaje bíblico el cristiano encontrará aquello que Dios desea hablarle al corazón: respuestas, razones, sentido, ánimo, paz y amor. Cuando se vive meditando la Palabra de Dios se disipan las tinieblas y amanece la luz. Esta iluminación interior no se queda sólo en generalidades, va a lo preciso y concreto como espada que penetra el alma (cf. Heb 4,12), desarrolla procesos, busca caminos, da perseverancia y ensancha el corazón.
Junto con la lectura diaria de la Escrituras, se requiere entrar en el diálogo personal con Dios. Abrir ante Él nuestra verdad sin ocultarle nada, sin falsos maquillajes o excusas que sólo detienen y dilatan nuestra iluminación y conversión interior.
Una luz que no ciega ni hiere. Dios es amor y todo lo que hace es con bondad y misericordia. La oscuridad y el temor no vienen de Dios. La Luz de Cristo resucitado nos trae consuelo espiritual y paz y nos adentra en el camino de nuestra verdad. Conocernos en Dios nunca debe herirnos ni desalentarnos. Nuestro principal desafío es mantener esta luz encendida (cf. Lc 12, 35), recibirla como el gran don de la Pascua, cuidarla, alimentarla y sobre todo que nuestras obras den testimonio de esta Luz de Jesús vivo.
La luz de Cristo resucitado abre nuevos caminos. Cada uno de nosotros tiene una vocación única y personal. Es un llamado recibido de Dios que nos invita a seguirlo a donde Él quiera llevarnos. Estos nuevos caminos van precedidos y sostenidos por gracias y dones espirituales. Jesús siempre nos va a desconcertar cambiando muchas veces nuestros planes y proyectos para unirnos a los suyos. No es fácil seguir el paso de Cristo, Él lo pide todo y siempre.
La docilidad espiritual es fruto de un corazón lleno de la luz de Dios. Docilidad significa reconocer que Jesús es el Señor y Maestro. Por ello no es difícil ser dócil a su voz y poner nuestras vidas en sus manos. Cristo necesita apóstoles entregados a Él, sin condiciones ni exigencias, discípulos que cada día opten sencillamente por seguirlo.
Todos los santos han pedido la luz de Cristo para ser dóciles a su voluntad. Por ello han podido realizar tanto bien en la Iglesia y perseverar en su vocación y entrega más allá de toda noche espiritual que se le haya presentado.
Es bueno pensar si Jesús resucitado quiere hacer algo nuevo por medio nuestro: un ambiente nuevo en la comunidad, la familia, el trabajo y el país. El mundo necesita la luz de Jesús, pero ello pasa necesariamente por cristiano que se dejen guiar más allá de lo acostumbrado y establecido, que remen mar adentro, que iluminen con su vida y testimonio a nuestra sociedad.
Deseándoles una Feliz Pascua de Resurrección, me despido en el Señor de la Vida.
P. José Antonio Atucha.