Nace en Sudán en 1869, es capturada y vendida como esclava a los 9 años. Los negreros la llaman Bakhita, que significa “afortunada”. Ella nunca llegó a recordar su verdadero nombre. Josefina es el nombre que recibe cuando es bautizada.
Pasa por varios “amos”, hasta que finalmente es comprada por un diplomático italiano, quien la lleva consigo a su país, donde la esclavitud era ilegal. Allí es entregada a otra familia, donde trabaja como niñera y ama de llaves. Asiste a clases de religión con el niño al que cuidaba, lo que le permite conocer a Jesús.
En 1893 ingresa al noviciado de las Religiosas Canossianas; tres años después emite sus votos. Durante 45 años es sacristana, cocinera y portera en el convento de Schio, donde la gente que la conoce aprecia la fe, la bondad y la suave sonrisa de esta “hermanita morena”, como la llamaban cariñosamente.
Fallece el 8 de febrero de 1947 a causa de una pulmonía. “Afortunada” de verdad fue su vida, tal y como ella misma lo diría en varias ocasiones: “Si encontrara a aquellos traficantes de esclavos que me secuestraron, e incluso a aquellos que me torturaron, me arrodillaría y les besaría las manos, porque si aquello no hubiera sucedido, no sería ahora cristiana ni religiosa”.
En el año 2000 es canonizada por el papa Juan Pablo II. Su fiesta es el 8 de febrero, mismo día en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas.