En su Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco continuó profundizando en los elementos constitutivos del discernimiento. Este vez, centró su catequesis en el deseo, concepto que no debe ser entendido como algo coyuntural y pasajero, sino como aquello que dura en el tiempo y guía nuestra vida. De acuerdo a sus palabras y, a diferencia de una emoción efímera, el deseo no desaparece ante las dificultades, y nos exige renuncias a otras cosas para conseguirlo. Esto significa que se centra en algo que, aunque todavía no poseemos, lo conocemos y sabemos que nos falta. En definitiva, el deseo debe ser entendido como el anhelo de perfección que nunca tendrá cumplimiento en esta tierra.
De este modo, explicó el Papa, Jesús muchas veces, antes de cumplir un signo, interpeló a la persona sobre su deseo. Esto nos muestra la necesidad de ver en profundidad qué queremos verdaderamente y qué es lo que se opone a conseguirlo, sin vanas excusas. En este tiempo, en el que los reclamos parecen infinitos, y se corre el riesgo de seguir la moda del momento, muchas personas se ven incapaces de dar un rumbo a su vida, de saber qué es lo que quieren. El Señor nos pregunta, como al ciego de Jericó: ¿Qué quieres que haga por ti?
Francisco comenzó su catequesis definiendo al deseo como “una nostalgia de plenitud que no encuentra nunca plena satisfacción” y como “signo de la presencia de Dios en nosotros”. Lo desarrolla en una forma más amplia y no solo como “las ganas del momento”, a partir de su origen en latín, como de-sidus: la falta de la estrella. Entendido así, el deseo es, para el Santo Padre, la “falta del punto de referencia que orienta el camino de la vida”, lo que “evoca un sufrimiento, una carencia, y al mismo tiempo una tensión para alcanzar el bien que nos falta”.
En ese sentido, dice el Papa, “un deseo sincero sabe tocar en profundidad las cuerdas de nuestro ser”, sin apagarse frente a las dificultades o a los contratiempos: el deseo no es sofocado por los obstáculos y el fracaso, por el contrario, ambas situaciones “lo hacen todavía más vivo en nosotros”.
El deseo no debe ser confundido con la emoción del momento. Para Francisco, perdura en el tiempo, te hace fuerte, valiente y hace que la persona siga siempre adelante. “Si, por ejemplo, un joven desea convertirse en médico, tendrá que emprender un recorrido de estudios y de trabajo que ocupará algunos años de su vida, como consecuencia tendrá que poner límites, decir algún “no”, en primer lugar, a otros estudios, pero también a posibles entretenimientos o distracciones, especialmente en los momentos de estudio más intenso. Pero, el deseo de dar una dirección a su vida y de alcanzar esa meta —llegar a ser médico era el ejemplo— le consiente superar estas dificultades”, precisó.
El deseo es lo que marca la diferencia entre un proyecto exitoso, coherente y duradero, y las mil ambiciones y los tantos buenos propósitos que existen… pero que no se concretan en nada. “Estamos bombardeados por miles de propuestas, proyectos, posibilidades, que corremos el riesgo de distraernos y no permitirnos valorar con calma lo que realmente queremos. Muchas veces encontramos gente —pensemos en los jóvenes, por ejemplo— con el móvil en la mano y buscan, miran… “Pero tú ¿te paras a pensar?” – “No”. Siempre extrovertido, hacia el otro. El deseo no puede crecer así, tú vives el momento, saciado en el momento y no crece el deseo”, sostuvo.
El Papa invitó a los presentes a pensar cómo el Señor, antes de realizar un milagro, a menudo pregunta a la persona sobre su deseo. Por ejemplo, en su encuentro con el paralítico en Betesda, Jesús le pregunta “¿Quieres curarte?”. Esta pregunta, para el Pontífice, puede parecer fuera de lugar, sin embargo, es una invitación a aclarar el corazón para acoger un posible salto de calidad, dejando atrás su vida de paralítico. “Dialogando con el Señor, aprendemos a entender qué queremos realmente de nuestra vida”, afirmó el Papa, y luego agregó: “Este paralítico es el ejemplo típico de las personas: “Sí, sí, quiero, quiero” pero no quiero, no quiero, no hago nada. El querer hacer se convierte en una ilusión y no se da el paso para hacerlo. Esa gente que quiere y no quiere”.
“Muchas personas sufren porque no saben qué quieren hacer con su vida; probablemente nunca han tomado contacto con su deseo profundo, nunca han sabido: “¿Qué quieres de tu vida?” – “No lo sé”. De aquí el riesgo de trascurrir la existencia entre intentos y expedientes de diversa índole, sin llegar nunca a ningún lado, o desperdiciando oportunidades valiosas. Y así algunos cambios, aunque queridos en teoría, nunca son realizados cuando se presenta la ocasión, falta el deseo fuerte de llevar adelante algo”, precisó Francisco.
Luego invitó a los presentes a pensar qué responderían si el Señor les preguntara “¿qué quieres que te haga?”, tal como interpeló al ciego de Jericó. “Quizá, podríamos finalmente pedirle que nos ayude a conocer el deseo profundo de Él, que Dios mismo ha puesto en nuestro corazón: “Señor que yo conozca mis deseos, que yo sea una mujer, un hombre de grandes deseos”, quizá el Señor nos dará la fuerza de concretizarlo. Es una gracia inmensa, que está en la base de todas las demás: consentir al Señor, como en el Evangelio, de hacer milagros por nosotros: “Danos el deseo y hazlo crecer, Señor””, dijo.
Y concluyó su catequesis recordando que Dios también tiene un gran deseo para cada uno de nosotros: hacernos partícipes de su plenitud de vida.