Esperar no siempre es fácil. La incertidumbre acecha, la ansiedad de nuestra vida acelerada, el no tener las situaciones bajo nuestro control nos afecta. Sin embargo, la liturgia nos regala el tiempo de Adviento para ejercitar la esperanza, para abandonarnos en las manos de Dios, ese Dios que actúa en nombre de su pueblo, que lo visita en la humildad y sencillez, en el silencio y la oscuridad de la noche.
La belleza del tiempo de Adviento radica en el camino que hacemos, en el ensanchar el corazón que se pone a la escucha de la Palabra de Dios, de la música navideña que acompaña nuestras calles, ese ritmo de esperanza en el que nos situamos, no para que llegue un solo día, sino, sobre todo, para que estemos listos y anhelemos “el Gran día”. Es Cristo razón de nuestra esperanza.
A ese Señor que vino, que viene y que vendrá, le rendimos nuestra más profunda adoración, invitándolos en esta ocasión a prepararnos en familia, entre amigos, de forma presencial o virtual. ¡El Señor viene!
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