Nace en Catania (Sicilia-Italia) hacia el 230. Según las actas de su martirio –escritas más de dos siglos después del hecho–, pertenece a una noble y rica familia cristiana. A los 15 años decide consagrarse a Dios y el obispo de Catania le impone el velo rojo de virgen consagrada. Al verla, el procónsul Quinciano se prendó de su belleza y la llamó a su palacio con intención de seducirla. Pero Quinciano se vio rechazado por la firme resistencia de la joven y entonces, con el pretexto de que era cristina, recurrió a las torturas: estiramiento de miembros, rasgaduras con garfios, quemaduras con láminas ardientes… Pero Águeda no se rindió. En consecuencia, Quinciano ordenó cercenarle los senos con una gran tenaza. Pero san Pedro la curó durante la noche. Al verla curada, el procónsul ordenó acostarla en un lecho de carbones ardiendo, con pinchos y láminas de hierro al rojo vivo, y así pasó al paraíso el 5 de febrero del 251. Es patrona de los bomberos.