Jesús se dirige a la región de Tiro y Sidón, lugar considerado impuro por los judíos, y no se deja influenciar por esta opinión. Estando, allí, es interpelado por una mujer cananea, de la cual los discípulos de Jesús querían desentenderse. Pero ella es lo suficientemente humilde e implora piedad para sí misma, aunque es su hija la que padece la enfermedad. Y se entiende, si no ¿qué madre amadora de sus hijos no se sacrificaría por ellos? Dice Jesús: No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros. Es una expresión dura, pero esta permitirá que la mentalidad de la época reaccione, ya que los judíos más tradicionalistas no querían saber nada acerca de los paganos, a los que tildaban de “perros”. Es más, estos eran considerados animales impuros y no tenían dueños ni casa. En la actualidad, nadie piensa que para ser mejor persona basta solamente con integrar al distinto, ya que existen otras formas de discriminación, como el racismo y el odio a los inmigrantes; o cómo una sociedad, cada vez más laicista (vivir sin Dios), quiere imponer sus criterios y formas de ver el mundo a los que decimos creer en Dios.
Es loable la actitud de la mujer y no le importa humillarse ante Jesús. Su valentía la coloca en el lugar de los que siempre buscan el bien de los otros y no para sí mismos. Con todo, ella insiste: los cachorros comen las migas que caen de la mesa; en su cultura, los perros también formaban parte de la familia. Y así Jesús invita a la mujer a dar un salto cualitativo, superando el prejuicio de los judíos con relación a los extranjeros. En esta actitud se ve reflejada también la experiencia de muchas personas que buscan a Dios desinteresadamente y sin ponerse en la fila de los privilegiados. No quieren sacar réditos de la fe ni ganar voluntades con oraciones o novenas, sino que desean ser personas de bien a fuerza de la virtud cristiana. Por eso, el comportamiento de la mujer ha de interpelarnos, porque su actuar solo está motivado por la fe en Jesús y el amor a su hija.
“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”, Mt 15, 28.
P. Fredy Peña T., ssp