Prefacio de Pascua.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas: «¡Hombres rebeldes, paganos de corazón y cerrados a la verdad! Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo y son iguales a sus padres. ¿Hubo algún profeta a quien ellos no persiguieran? Mataron a los que anunciaban la venida del Justo, el mismo que acaba de ser traicionado y asesinado por ustedes, los que recibieron la Ley por intermedio de los ángeles y no la cumplieron». Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios. Entonces exclamó: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y al decir esto, expiró. Saulo aprobó la muerte de Esteban. Palabra de Dios.
Comentario: El discurso de Esteban es un de los más importantes e indica la ruptura de la comunidad cristiana con el Templo y con la Ley de Moisés. Termina haciendo una acusación a las autoridades religiosas, porque son el foco de los conflictos con la comunidad cristiana. Sus palabras reciben el rechazo y la condena de las autoridades religiosas y se convierte en el primer mártir del cristianismo.
R. ¡Pongo mi vida en tus manos, Señor!
Sé para mí una roca protectora, un baluarte donde me encuentre a salvo, porque Tú eres mi Roca y mi baluarte: por tu Nombre, guíame y condúceme. R.
Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. Confío en el Señor. ¡Tu amor será mi gozo y mi alegría! R.
Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia; al amparo de tu rostro ocultas a tus fieles de las intrigas de los hombres. R.
Aleluia. «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
La gente preguntó a Jesús: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: “Les dio de comer el pan bajado del cielo”». Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed». Palabra del Señor.
Comentario: El hombre lleva en sí mismo un hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario, ya que tiene ansias de vida, de amor y de eternidad. El signo del maná –como toda la experiencia del éxodo– contenía en sí también esta dimensión: era figura de un alimento que satisfacía esta profunda hambre que hay en el hombre. Jesús nos da este alimento; es más, es él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el verdadero alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida bajo la especie del vino.