La figura de Jesús, Buen Pastor, llena la liturgia de hoy. Es una invitación a orar por nuestros pastores: Papa, obispos, sacerdotes, y aprender a colaborar cordialmente en las obras de la Iglesia.
Hoy nos cuestionamos sobre la docilidad, la colaboración y la ayuda a nuestros pastores, que dirigen nuestra comunidad parroquial y diocesana: críticas, rebeldías, omisiones.
Lucas nos presenta la primera misión de Pablo y Bemabé. Rechazados por los judíos, se dirigen con éxito a los paganos, pues éstos acogen el evangelio.
La innumerable Iglesia del cielo -compuesta de gente de toda raza, lengua, pueblo y nación- ha pasado por la tribulación y ahora goza ante el Cordero de Dios.
Hoy ofrecemos, junto al pan y al vino, los sufrimientos, los obstáculos, las pruebas y los logros de nuestros pastores; ofrecemos, también, los proyectos pastorales, en los cuales comprometemos nuestra colaboración.
Al recibir a Jesús, recordemos: Ha resucitado el Buen Pastor, el que ha ofrecido la vida por nosotros. No hay otro camino para corresponder a eso sino con una generosa entrega a los hermanos.
Salimos del templo con un real compromiso de unidad: juntos con nuestros pastores formamos la única Iglesia de Jesús. Bajo su conducción, con la fuerza del Espíritu Santo, caminamos hacia el Padre.