La palabra de Dios que hoy nos reúne nos cuestiona sobre el problema final del mundo
y del hombre. En vez de abandonarnos a la tristeza, hoy nos abandonamos confiados
en las manos del Señor. Queremos esperarlo con fe, con confianza y con amor.
Hoy pedimos perdón: por desesperarnos muchas veces ante la muerte; por vivir
disipados sin pensar en la venida del Señor; por no hacer fructificar los talentos
recibidos de Dios.
Primera lectura: Malaquías 3, 19-20.
El profeta anuncia que, en el último día, los impíos serán condenados, mientras
que los justos brillarán como el sol.
Segunda lectura: 2 Tesalonicenses 3, 6-12.
Pablo enseña la necesidad del trabajo, para comer dignamente el pan que se ha
ganado; y se pone a sí mismo como ejemplo.
Evangelio: Lucas 21, 5-19.
Jesús amonesta a sus discípulos a no dejarse desalentar por las oposiciones,
obstáculos y persecuciones. Si son fieles hasta el fin, Dios los salvará.
Con los dones del pan y del vino, dones de Dios y fruto del trabajo humano,
renovamos nuestro compromiso de trabajar, con entrega total, en la construcción
del Reino.
Acompañamos a Jesús que ha venido a nosotros en los signos del pan y del vino,
con la reflexión del Salmo: “Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor
mi refugio” (Sal 72).
Salgamos de nuestra celebración con una vida renovada y que eso se manifieste
en una relación diversa con la gente: acogida, paz, ayuda, especialmente con los
más pobres y necesitados.