El Salmo ofrece la expresión adecuada para acercarnos juntos a la eucaristía de
hoy: “Que se alegren los que buscan al Señor. Recurran al Señor y a su poder, busquen
continuamente su rostro” (Sal 104).
Hoy pedimos perdón: por no haber amado sin restricciones, como debe amar el
cristiano; por no realizar con amor nuestro trabajo; por no amar concretamente
a los pobres, a los enfermos, a los más necesitados.
Primera lectura: Eclesiástico 35, 12-14.16-18.
La oración del pobre, hecha desde su pobreza con mucha confianza, llega al trono
de Dios y es escuchada.
Segunda lectura: 2 Timoteo 4, 6-8.16-18.
Pablo presiente próxima su muerte; ya que ha luchado bien por la causa de Cristo,
ahora confía en el premio de Dios.
Evangelio: Lucas 18, 9-14.
Una de las parábolas de Jesús más reconfortantes: el orgullo del fariseo es rechazado,
la oración humilde del publicano es premiada.
Los dones del pan y del vino, que llevamos juntos al altar, sean expresión de
nuestro deseo profundo de alcanzar un amor verdadero a Dios y a los hermanos.
Nuestra comunión con Cristo Jesús se hace plena en el amor a los hermanos que
si es verdadero, llega hasta dar la vida, como Jesús.
Que la fe, la esperanza y el amor, que hoy hemos alimentado con la palabra y el
sacramento, crezcan y se manifiesten en obras concretas, para que todos alaben
a Dios. Es el augurio para todos.