La misa dominical es un alto en nuestra actividad diaria para reunirnos en asamblea con los hermanos de nuestra comunidad. Oremos juntos, cantemos juntos, y juntos alimentémonos de la palabra que da la vida.
Pedimos perdón por no haber vivido bien nuestras relaciones con Dios y con nuestros hermanos: casa, trabajo, colegio, diversiones, parroquia.
Con el recuerdo de la liberación del antiguo Israel, se nos exhorta a vivir a la espera del Señor.
Elogio de la fe de los patriarcas del Antiguo Testamento, ella es la luz que nos guía hacia la ciudad definitiva.
Con algunas parábolas, Jesús enseña a sus discípulos la necesidad de velar, de estar despiertos, porque el Señor puede llegar en cualquier momento.
Los dones que presentamos –el pan y el vino– frutos de nuestro trabajo, el Señor los transformará en sacramento de salvación.
Cristo es luz y verdad: unidos a él podemos superar las tinieblas y los errores que obstaculizan nuestro camino hacia Dios.
La luz recibida de la palabra de Dios y la fuerza que se nos ha dado en el sacramento, son un buen viático para vivir cristianamente la semana que comienza.