Hoy, “Día del Señor”, la liturgia nos llama a celebrar con alegría la paciencia de Dios. Es para nosotros una lección permanente este Dios que espera; un Dios que colma a sus hijos de “dulce esperanza” y nos ayuda a la conversión.
Por haber “abusado” de la paciencia de Dios, con repetidos pecados. Por haber retardado nuestra conversión. Por habernos privado de la alegría de ser perdonados: Señor, ten piedad.
Esta primera lectura y el texto del evangelio, nos hacen reflexionar sobre la hospitalidad. Abraham acoge, sin saberlo, al mismo Dios en la persona de tres peregrinos que pasan por su casa.
Pablo participa a los cristianos de Colosas su extraordinaria vocación y misión de revelar, en este tiempo, el misterio de la salvación universal en Cristo.
Dos hermanas hospedan a Jesús en su casa. Marta se preocupa más de un buen almuerzo que restaure las fuerzas del huésped; María, en cambio, lo escucha, está pendiente de su persona. Es ésta la actitud verdadera del discípulo.
Como un día el Señor bendijo los dones que Abel le ofrecía, hoy le pedimos que bendiga los trabajos, los sufrimientos y las esperanzas que traemos al altar.
Comulgar con Cristo, es pasar del pecado a la gracia; comulgar plenamente con él, es dar un paso más comprometido de santidad y de amor al prójimo.
El Padre Dios ha sembrado en nosotros su palabra, que es su mismo Hijo, Cristo Jesús. Nos da así la fuerza de su Espíritu para que su palabra crezca en nosotros y la anunciemos y testimoniemos en la vida cotidiana.