El mundo actual, tan dinámico en superficie, en realidad está como paralizado por el miedo y la confusión espiritual. La celebración de hoy es una invitación a confiar en el Señor, fuerza y guía de su pueblo.
Pedimos perdón por haber cultivado más nuestros miedos que la confianza en el Padre Dios. Por no habernos aferrado a Cristo nuestro salvador. Por no haber infundido la esperanza en nuestros hermanos.
El profeta anticipa los dones de gracia y de consuelo que el Señor dará a la casa de David: se convertirán “mirando a aquel que han traspasado “, a Jesús, autor de la salvación.
El bautismo nos reviste de Cristo y nos hace uno con él.
El pan que ofrecemos es fuente de fuerza para el cristiano, y lo ayuda a superar los miedos de la vida y a vivir en la alegría del Señor.
Si hemos recibido a Cristo y permanecemos en él y lo llevamos en nuestra vida, ¿de qué tendremos miedo?
En la Biblia se repite muchas veces: ¡No tengan miedo! Venciendo la muerte, Jesús nos ha asegurado la victoria sobre todo tipo de miedo. Vayamos a anunciar que la condición del cristiano redimido no es el miedo sino la alegría.